La Tercera España. Recordando a Chaves Nogales.



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El poeta Andrés Trapiello en un ensayo titulado “Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil 1936-1939”señala que la guerra civil no fue una guerra entre dos Españas, sino la imposición de dos Españas minoritarias y extremas para acabar la una con la otra. Todo hubiera sido diferente si la Tercera España hubiera salido triunfante, en la que podían haberse integrado personas de cualquier condición social, edad e ideología a excepción de las otras dos. Por un lado, la fascista y posteriormente la franquista. Por otro lado, la anarquista, comunista, trotskista o socialista radical. Estas dos Españas minoritarias habían tratado de ensayar a toda costa revoluciones que previamente habían triunfado en la Unión Soviética, Italia y Alemania.

Para Trapiello una de las figuras más representativas de esta tercera España, fue el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales. Según escribe en su excelente web María Isabel Cintas Guillén, Chaves Nogales estuvo presente en la ocupación de Ifni, Revolución de Asturias, movimientos anarquistas e incluso distintos acontecimientos festivos (tauromaquia y especialmente la figura de Juan Belmonte). Fue amigo de Manuel Azaña y viajó especialmente por Francia, Alemania, Italia y Rusia. Fue muy crítico con la revolución rusa (y sus consecuencias) y con el auge del nazismo y el fascismo, movimientos a los cuales el periodista veía como antidemocráticos y totalitarios en igual medida. A poco de iniciarse la Guerra Civil, Chaves Nogales tuvo que exiliarse en Francia por haber apoyado desde un periódico de centro a la República legítimamente instaurada. Acabó igualmente trabajando para distintos periódicos latinoamericanos y para la BBC británica. Tenéis un magnífico reportaje sonoro de radio3 (Hoy empieza todo) y el documental El hombre que estaba allí (finalista mejor cortometraja premios Goya 2014). Os cito un texto de Chaves Nogales sacado del prólogo de su libro A Sangre y Fuego (la cita se corresponde con dicho ejemplar):

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“Yo era eso que los sociólogos llaman un ‘pequeño burgués liberal’, ciudadano de una república democrática y parlamentaria […]. Ganaba mi pan y mi libertad con relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías, cuentos y novelas, con los que me hacía la ilusión de avivar el espíritu de mis compatriotas y suscitar en ellos el interés por los grandes temas de nuestro tiempo. Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas palmaditas en la espalda. Cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan del italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mí ni creía que yo fuese realmente un buen periodista; pero en fin de cuentas, a costa de buenas y malas caras, de elogios y censuras, yo iba sacando adelante mi verdad de intelectual liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria.  […]

¿Por dónde empezó el contagio? Los caldos de cultivo de esta nueva peste […], nos los sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo […]. Después de tres siglos de barbecho, la tierra feraz de España hizo pavorosamente prolífica la semilla de la estupidez y la crueldad ancestrales. Es vano el intento de señalar los focos de contagio de la vieja fiebre cainita en este o aquel sector social, en esta o aquella zona de la vida española. Ni blancos ni rojos tienen nada que reprocharse. Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los bandos que se partieran España.

De mi pequeña experiencia personal, puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros. Me consta por confidencias fidedignas que, aun antes de que comenzase la guerra civil, un grupo fascista de Madrid había tomado el acuerdo, perfectamente reglamentario, de proceder a mi asesinato como una de las medidas preventivas que había que adoptar contra el posible triunfo de la revolución social, sin perjuicio de que los revolucionarios, anarquistas y comunistas, considerasen por su parte que yo era perfectamente fusilable.

Cuando estalló la guerra civil, me quedé en mi puesto cumpliendo mi deber profesional. […]… puedo decir que durante los meses de guerra que estuve en Madrid, al frente de un periódico gubernamental que llegó a alcanzar la máxima tirada de la prensa republicana, nadie me molestó por mi falta de espíritu revolucionario, ni por mi condición de ‘pequeño burgués liberal’, de la que no renegué jamás.

[…] Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a los analfabetos anarquistas o comunistas.”

No hace falta decir nada más. Chaves Nogales murió solo en un hospital de Londres el 4 de mayo de 1944.

No es el único que pensaba así. El 19 de junio de 1937, Madariagapublicaba simultáneamente en The Times de Londres, Le Tempsde París y La Nación de Buenos Aires, una carta muy clarificadora: “España no podrá sentirse solidaria de una victoria que –quien quiera que gane–será extranjera. De modo que, quien quiera que gane, España pierde siempre”.

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